sábado, 30 de abril de 2011

Payaso llorón..

Yo, que dije tantas veces
que no volvería,
que ése camino
ya estaba muerto para mí.
Que sabía lo que había,
que al final todo era gris y hojas secas.
Llegar al final
para irremediablemente tener que volver.
Tonto de mí,
enamorado de los imposibles,
qué poco respeto
a mis heridas recién cicatrizadas,
cuantas ganas
de calzarme mis botas rotas.
Yo, que había conseguido
hacer callar esa voz
y ahora resuena en mi cabeza,
hasta el final, hasta el final…
Pobre de mi prudencia. 

El motel.


Al son de las notas de un piano caía esa noche la lluvia, ni muy fuerte, ni lo suficientemente cómoda como para poder caminar bajo ella. Así que para poder evitar el acabar mojados, dos personas fueron a juntarse en la barra de un motel. Un motel oscuro, con olor a humo, de los pocos que quedaban, de madera y con un aura un tanto especial, mágica.
Quién más quién menos, por la zona todos se conocían y la gran mayoría ya habían asomado la cabeza por allí, unos para probar las camas, otros para aislarse y algunos para encontrar alguien con quien hablar.
Este es el caso de los dos personajes de nuestra historia, uno un bebedor incansable, un luchador contra la agobiante monotonía. Allí estaba refugiándose una vez más de la amarga soledad con una cerveza en la mano, esperando encontrar un poco de conversación. Y la encontró desde luego que la encontró. La fue a encontrar con la persona que también bebía cerveza uno o dos taburetes más a su derecha. Un payaso exiliado del circo, porque había olvidado hacer reír, se había transformado en un payaso llorón, ahogado siempre por la melancolía de algún amor perdido, o algún amor imposible de conseguir.
Las conversaciones entre dos desconocidos siempre empiezan con algún tema banal, algo más bien absurdo, y este caso no iba a ser la excepción, la conversación empezó así, el bebedor le dijo al payaso llorón:

- Pues parece que hoy llueve un poco eh.
- Si eso parece, más de uno se estará mojando. Le contesto el payaso.

Una primera toma de contacto entre ambos, no muy agraciada todo hay que decirlo, pero fue el principio de una conversación algo más interesante:

Bebedor: ¿Viene mucho por aquí?
Payaso: Pues la verdad es que es la segunda o tercera vez que vengo, a veces necesito relajarme y éste me parece un lugar perfecto, ¿Y usted, hace mucho que ocupa ése taburete?
B: Si, la verdad es que suelo venir bastante por aquí, también me parece un lugar perfecto para relajarme y ahogar las penas.
P: Las penas eh, malditas penas…

Y así, casi como el que no quiere la cosa continuaron hablando, contándose las penas mutuamente, quejándose de aquello y de lo otro, y aumentando una a una las cervezas de su cuenta. Coincidieron en la gran mayoría de sus penas, y en sus argumentos para “arreglar el mundo”, coincidieron en el sabor de la derrota, y también en el de la escasa victoria. Ambos escribían y también se enseñaron sus respectivas libretas viejas donde apuntaban algún que otro verso que les salía.
Pasaron horas y alegres por haber encontrado alguien con quien hablar tan profunda y amenamente se despidieron en la puerta del motel, citándose a poder ser cada cuatro días, para al menos de siete que tenía la semana, que uno no pesara tanto como los demás.
Así pasó, cada cuatro días, juntos hablaban, bebían, fumaban y escribían, tanta era la devoción que le mostraban a la palabra, que se olvidaron del nombre del motel, y ya para siempre, para ellos y para otros muchos que se les llegaron a juntar, aquel motel, pasó a llamarse, el motel de la palabra.