Yo, que dije tantas veces
que no volvería,
que ése camino
ya estaba muerto para mí.
Que sabía lo que había,
que al final todo era gris y hojas secas.
Llegar al final
para irremediablemente tener que volver.
Tonto de mí,
enamorado de los imposibles,
qué poco respeto
a mis heridas recién cicatrizadas,
cuantas ganas
de calzarme mis botas rotas.
Yo, que había conseguido
hacer callar esa voz
y ahora resuena en mi cabeza,
hasta el final, hasta el final…
Pobre de mi prudencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario